Goleman es un psicólogo estadounidense que tras la publicación en 1995 de su libro «inteligencia emocional» popularizó dicho término.

Entendemos por Inteligencia Emocional el conjunto de actitudes y habilidades que sirven para conocer, expresar y gestionar las emociones de la forma más beneficiosa, para el bienestar personal y social; incluye estrategias para un buen manejo de los afectos y emociones, para la motivación, la perseverancia y la empatía.

Una emoción es un estado afectivo que experimentamos, una reacción subjetiva al ambiente que viene acompañada de cambios orgánicos (fisiológicos y endocrinos) de origen innato, fisiológicas e involuntarios, iguales para todas las personas: temblor, sonrojamiento, sudoración, respiración agitada, dilatación pupilar, aumento del ritmo cardiaco… , y conductas mediatizadas por la experiencia, ya que es el aprendizaje familiar y cultural de cada grupo lo que hace que elaboremos un conjunto de actitudes y creencias sobre el mundo y sobre nuestra propia identidad, que determinan la forma en que percibimos, valoramos y vivimos cada situación, manifiestándose  de formas muy diversas: expresiones faciales, acciones y gestos, distancia entre personas, conductas…

Durante mucho tiempo las emociones han estado consideradas poco importantes y siempre se le ha dado más relevancia a los circuitos lógicos y racionales del cerebro. Pero las emociones, al ser estados afectivos, indican posiciones internas personales, motivaciones, deseos, necesidades e incluso objetivos que rigen el resto de nuestras conductas y elecciones.

El desarrollo integral de las personas depende en gran medida de su bienestar emocional, que está condicionado a la capacidad de aceptar, gestionar e integrar los propios procesos socio-afectivos.

La relación entre pensamiento y emoción funciona de la siguiente manera: un conjunto de neuronas conecta los lóbulos prefrontales, que se ocupan del análisis racional, con la región profunda del cerebro que alberga nuestras emociones, el sistema límbico.

Los lóbulos pre-frontales están situados inmediatamente detrás de la frente,  suponen el centro ejecutivo cerebral y constituye el asiento para la memoria operativa, de la capacidad de prestar atención y recordar la información (comprensión, entendimiento, planificación, toma de decisiones, razonamiento y aprendizaje).

Cuando sufrimos estrés, el cerebro se prepara para la supervivencia y «se pone a la defensiva».  Esto hace que disminuyan algunas funciones de los lóbulos pre-frontales para dedicar los  recursos a mantenerse en estado de hiper-vigilancia.  Es decir,  el cerebro dedica menos energía a ejecutar sus funciones de atención, concentración y memoria que a gestionar la preocupación o el desasosiego emocional.

Poner nombre a lo que nos pasa, saber manejarnos con ello, darles un espacio y darnos permiso para sentir y hacer frente a lo que nos trae la vida.  Es lo que toca.

https://blog.tiching.com/daniel-goleman-los-ninos-aprenden-la-inteligencia-emocional-en-la-vida-real-especialmente-cuando-son-jovenes/.

Si estamos bien, aprendemos mejor. 

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