Hace unos días un lector de mi post sobre la película «Atrapa la bandera» me preguntaba mi opinión acerca de «Un día perfecto» de Fernando Leon, película basada en la novela de  Paula Farias,  Especialmente le interesaba el tratamiento dado a mujeres y hombres. Le comenté que intentaría verla para después devolverle mi opinión. Lo prometido es deuda. Así es que ahí va.

Me ha parecido muy interesante el guión, atrevido, original y prometedor. Buen material para hacer una gran película. Lamentablemente, y desde mi punto de vista, absolutamente desaprovechado también.  No he encontrado un sólo diálogo ni inteligente ni original… Me he encontrado con una película absolutamente previsible, con personajes planos, sin vida, sin absolutamente nada que nos conecte, distantes, lejanos, «personajes» en definitiva que nada tienen que ver con las personas de carne y hueso que cotidianamente se hacen cargo de sus vidas, menos aún afrontando una situación de guerra.

Protagonistas que son cooperantes además, a quienes se les presupone movidos por motivos humanitarios,  con un plus de sensibilidad y de valentía, no me refiero a la valentía del macho alfa, a la que proviene de la desvinculación (no sufro porque no amo), del desinterés…, hablo de la valentía de dejarse tocar, de mirar al sufrimiento a los ojos porque sabes que esa mirada devolverá a alguien un atisbo de paz y de esperanza, de asumir el riesgo de salir dañado porque conoces la intensidad de esa fuerza interior que te sacará a flote.

No, no he encontrado nada de eso. Los personajes no son creíbles, peor aun, no son interesantes. No lo son para mí. Son de cartón. Han aprendido frases y una manera de mostrarse que responde a clichés, a arquetipos previamente definidos.

Veamos la descripción de los hombres. Son tres. Hombres rudos, fríos, inconmovibles (a Benicio del Toro se le puede imaginar, si nos esforzamos, un atisbo de algo parecido a la compasión en un momento del final).  No es que sean distantes porque huyan de algo o porque teman la intimidad…, (aquello de que en el pasado les han hecho daño, por cierto un recurso absolutamente manido en el cine),  o tal vez sí, pero la película no ahonda en su historia. No interesa, sinceramente no creo haya nada, bajo esa piel, interesante que contar.

Entiendo la aproximación a la figura de los cooperantes que hace la propia autora de la novela en que se basa la película; hay que recordar que Paula Farias fue la presidenta de Médicos sin Frontera de 2006 a 2011, o sea, que de esto sabe un rato:

“Parece que los cooperantes somos gente tremendamente intensa y dramática y no es así, al revés, intentamos huir de la intensidad y del dramatismo para poder ser operativos y estar funcionando en esos contextos sin que la pesadumbre te machaque

Sin embargo para mí,  las actitudes que mantienen no responden a estrategias para separarse y mantener la objetividad que requiere la eficacia.  Los diálogos no son un simple recurso para el entretenimiento, expresan opiniones y determinan posiciones vitales. En este caso, están impregnados de frivolidad e insensibilidad a lo largo de todo el film. Son de un misógino exacervante y políticamente incorrectos (creo que el intenso y doloroso trabajo de las mujeres -y cada vez más hombres- a lo largo de la historia reivindicando el respeto a sus derechos humanos bien merece unos mínimos); Me cuesta admitir la enorme incoherencia de los personajes, teniendo en cuenta que son defensores de los derechos humanos . Y me cuesta más la naturalización en que aparecen las desigualdades, las discriminaciones y las micro-violencias (micromachismos según describe Bonino), en la descripción de los personajes y de sus comportamientos.

Son hombres absolutamente –aburridamente- seguros de sí, toman el mando, con la autoridad de quien sabe, de quien posee los conocimientos y LA verdad. Están en la acción y en la toma de decisiones, se arriesgan con menoscabo de su propia vida (y de la de al lado, de paso), buscan solucionesHacen mucho, hacen todo el rato.

Benicio del Toro (Mambrú) como experto en riesgos y seguridad, decide, lidera, hace, continuamente hace. Protege a las mujeres también, aunque luego resulta que si existe un interés sexual juegue al engaño. Este prototipo de hombre tiene un nombre, ¿no? ¿podría servir de referencia y modelo de comportamiento para otros más jóvenes? Digo porque está aumentando alarmantemente el discurso neo-machista entre la juventud, ¿dónde lo aprenden?

Tim Robbins, en el «papelón» de B. Un  hombre a quien la vida y la muerte le parecen un juego, haciendo gala de su dilatada experiencia. Así es que le vemos constantemente jugando a una especie de ruleta rusa (tomando arriesgadas decisiones en nombre propio y, de paso, en el de Sophie -Mélanie Thierry- a quien hace oídos sordos, -hablo de la escena de la vaca-). Esta actitud de ninguneo es el eje central de las relaciones de ambos con las mujeres.

Un hombre para el cual las mujeres son objetos sexuales«¿Tienes alguien que te espere?, -le pregunta Katya (Olga Kurylenko) en un alarde de originalidad-, «algún vínculo afectivo? las putas no cuentan».  Instrumentos para lograr el placer sexual u otros fines que bien merecen tirar de manipulación y engaños: «si la dejas ‘contenta’ conseguiremos una evaluación favorable». Todo vale.

'B' preguntado por sus vínculos afectivos

‘B’ preguntado por sus vínculos afectivos

Ambos prototipos de un tipo de liderazgo que no consulta, no consensa, no promueve la colaboración ni las alianzas. No trabaja en equipo, porque no interesa el equipo, porque no interesan más personas que uno mismo. Individualista (aunque alguna acción requiere del esfuerzo de varios, que no común), con un protagonismo exacerbado. Y el ninguneo, la desautorización y la descalificación del resto por bandera. Especialmente (tal vez, únicamente) de las mujeres, porque entre ellos hay una complicidad clara que se manifiesta continuamente en sus conversaciones (puntuando la belleza de una de las protagonistas…)

Y luego está la frase ¿cómica?: «tíretela, ¡hazlo por los Bosnios!» con la que el director busca las risas y la complicidad del público. El permiso a la manipulación, al engaño, a la utilización de las mujeres, con un fin más alto. Porque las mujeres son prescindibles.

Queda el intérprete, para mí el personaje mejor perfilado y más ajustado a la realidad. Representa el conocimiento, en relación a las costumbres autóctonas, a las características del sentido del humor local (aunque Robbins todavía puede darle alguna lección a este respecto)Un hombre más cauto, más precavido, que aporta y cuya colaboración es valiosa para la resolución de conflictos (nuevamente un hombre en representación de los papeles activos e importantes).  

Vamos con las mujeres.  Tomo prestado un párrafo de la crítica firmada por Alberto Quintanilla que me parece especialmente significativo por la sencillez y la naturalidad con que describe la esencia de la presencia femenina en el film. Coincido con él: belleza y amores. Punto. No hay más y por lo visto tampoco se espera. 

«(…) ni la belleza y triángulo amoroso entre las dos mujeres y Mambrú dejan al espectador en ningún momento alejado de la crudeza.»

Entrevista a IGN, 28-8-15

¿Tampoco se espera?, ¿pasamos de puntillas por una realidad que vuelve, una y otra vez, a colocar a las mujeres como objeto de deseo de los hombres?

Parémonos a analizar sus papeles.  Ellas también son tres; el que una de ellas no aparezca físicamente no es óbice para perfilarla a la perfección (¡y de qué manera!).  Pongámonos en escena, un peligro vital acecha al equipo, Mambrú (B. del Toro) recibe una llamada de su novia en la que le pide opinión acerca de…. ¡¡el color del dormitorio!! ¿qué creéis que quiere el director contarnos con esto?, ¿cuál os parece que es su aportación al film?

Analicemos el tratamiento que el director hace de las otras dos.  Ambas bellísimas, una rubia, la otra morena, para todos los gustos.

Fedja Stukan y Mélanie Thierry en un momento de la película.

Fedja Stukan y Mélanie Thierry.

Ambas absolutamente fuera del principio de realidad, ¡pareciera que se han ido de excursión en lugar de a una guerra!… Mélanie Thierry (la rubia) de una ingenuidad que cae en el ridículo. Encarna el arquetipo tradicional de mujer. Cuidadora y protectora (acompaña al niño mientras se duerme), idealista, candorosa (se permite aleccionar a los cascos azules sobre la normativa internacional en zonas en conflicto).

Asustadizas las dos (por seguir con los estereotipos), la rubia continuamente, hasta el absurdo de convertirse en una carga para su compañero que dedica buena parte de sus energías en preservarla de la visión y el impacto de los cadáveres; pero seamos serios ¿son conscientes ambos de que están en una guerra?

También la morena se asusta a ratos, aunque menos, porque cumple el otro estereotipo, el de la «nueva» mujer, la liberada, la que imita el modelo masculino, enérgica, dura, racional, segura de sí misma (siempre hasta cierto punto), individualista… no obstante mantiene la vena maternal -que se sugiere inherente a toda mujer (por mandato del modelo heteronormativo)- cuando riñe a los compañeros por mantener al niño alejado de su familia durante un día entero (por cierto, tampoco aquí nadie se molesta en informarla de las novedades respecto a su familia), entiendo que no merece la pena. Otra desautorización.  En definitiva el arquetipo masculino, con curvas eso sí. Una mujer que es experta en conflictos de guerra y que pierde los papeles y quiere exponer a todo el grupo a un riesgo real (están en una zona minada) porque… ¡tiene frío!.

Las aportaciones que hacen las mujeres son inexistentes. Para una única vez que Sophie (Mélanie Thierry) toma la iniciativa acaba frustrando la resolución del problema entorno al cual se articula toda la trama.

Finalmente las conductas de ellas no hacen sino confirmar la definición más casposa que la película hace de las mujeres. Un juego perverso que, sin un análisis desde la perspectiva de género, añade confusión al ser ellas mismas quienes se descalifican con sus propias conductas. Solemos olvidar que ellas representan un papel que no han escrito.

Así, a ninguna de las dos se les concede el menor reconocimiento, ni autoridad. En ningún momento son definidas como las técnicas y profesionales altamente cualificadas que son, ni siquiera como iguales que se juegan la vida. Al contrario, son sistemáticamente minusvaloradas, depreciadas. Primero se desacreditan ellas mismas, con sus actitudes y conductas; después, es la propia Organización quien se encarga de infantilizarlas adviertiéndoles del peligro que supone el potencial seductor de Mambrú (la penosa tarea de proteger a las mujeres alcanza a las más altas cimas)-,  y por último, por los comentarios, actitudes y conductas de sus compañeros masculinos que utilizan varias estrategias: no contestando a sus preguntas (recurrentes por cierto, a veces porque «llegan tarde» a una conversación «de hombres», otras porque al parecer les cuesta entender la realidad o porque se quedan en la anécdota, en la superficie…), ignorándolas, descalificándolas mediante los guiños y los gestos cómplices que mantienen a modo de: «¡mujeres, ya se sabe!».

Se pueden hacer muchas más lecturas de este film: el papel de la población local en la solución de sus propios problemas, el de los «cascos azules» de la ONU en la resolución de los conflictos bélicos….

Una pena, porque como digo, el guión con un poco de sensibilidad y de buen gusto, podría haber dado para mucho.

El final sí me gusta. Es como si la población local me dijera: «¡pues mira, que al final a poco que ayude la madre naturaleza podemos resolver nuestros problemas!  ¡total, para el papelón que han hecho los cooperantes durante las casi dos horas de film… mejor se quedan en casa!».

Una pena también para la imagen de las y los cooperantes que se juegan la vida tratando de cambiar un mundo que no les gusta.

Si yo estuviera en esas, me enfadaría.

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