«De todos los derechos que tiene un hombre, el más importante es el derecho a equivocarse, a ser consciente de ello, a ponerlo en valor y a que eso no sea una condena de por vida»

Dice Montes a Zabalza, dos personajes de la novela «Ofrenda a la tormenta» de Dolores Redondo, en el último libro de la trilogía del Baztán.
Un preciosa frase con mucha enjundia. Para reflexionar sobre la culpa, la auto-exigencia de alcanzar la perfección, la omnipotencia… y la impotencia…. Sobre la consciencia, la autoestima, la tolerancia y la ternura. Y la vulnerabilidad.

Una frase que lo tiene todo.

Pero ¿nos podemos permitir la vulnerabilidad?, ¿es una decisión individual contactar con la propias limitaciones?, quiero decir, ¿está en nuestro ADN, en nuestra personalidad o es más bien un aprendizaje social, un «estilo de ser persona» que viene marcado de algún modo por los mandatos, las normas, los condicionamientos del grupo?  ¿tenemos referencias, modelos a imitar en este sentido?.

Una comunidad que vive de espaldas a la propia esencia de su naturaleza humana, nos pone en riesgo.  Tomemos como ejemplo el desarrollo de enfermedades mentales o de trastornos psicológicos. La depresión, la ansiedad, las enfermedades psicosomáticas…, ponen de manifiesto la urgencia de expresar, de poner fuera, experiencias relacionadas con el miedo, con la incapacidad, con la ira…

Llego a la depresión subiendo el ultimo escalón de la tristeza.  Cuando no me gusta dónde estoy, dónde he ido a parar, dónde me ha llevado la vida, o dónde me han traído mis decisiones, o mis «no decisiones» que viene a ser lo mismo.

Me deprimo porque no puedo poner en valor lo que soy, todo lo que soy.  Aceptando también mi confusión, mi enredo, entre las expectativas sociales de lo que debo ser, lo que se espera de mí -vinculado a mi sexo, a mi edad, al número que ocupo en la familia de origen, a…, a…, a…-, y mis deseos más íntimos.  Me deprimo porque me cuesta vivir en mi piel, porque mirar mis decisiones como un error me abruma, pero no mirarlas me abandona a la mayor de las impotencias.

Es un duro dilema que el cuerpo trata de resolver como puede, a menudo bloqueándose, como un ordenador cuando recibe una información tan abrumadora que no puede procesar. Enfermedades o trastornos físicos difusos de imposible diagnóstico que por tanto no pueden tratarse adecuadamente, estados anímicos que impiden acometer decisiones, que dificultan la concentración, la percepción o las capacidades de análisis crítico necesarias para adoptar una posición vital activa y resolutivaEn definitiva la necesidad de salir de una piel en la que estoy sufriendo.

No en vano, la depresión y los trastornos psicológicos son una pandemia de este siglo en las sociedades «modernas».  Da que pensar, ¿no?

Como dice J. Krishnamurti:

«No es saludable estar bien ajustada a una sociedad profundamente enferma«.

 

¿Quién puso esa piedra ahí?

¿Quién puso esa piedra ahí?

 

 

Para compartir esta información, elija una plataforma